Una idea genial: uso del cartón corrugado en la industria editorial.
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Desde 1995, el 23 de abril se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor. La iniciativa proviene de España (uno de los países con mayor tradición librera), donde el Día del Libro ya se celebraba desde 1926. En principio, se eligió el 7 de octubre (probable fecha de nacimiento de Cervantes) para la conmemoración, sin embargo, años después se propuso el 23 de abril por ser una fecha en la que coincidían los aniversarios luctuosos de tres grandes escritores: Cervantes (España), Shakespeare (Reino Unido) y el Inca Garcilaso de la Vega (actual Perú).
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A propósito de esta fecha, resulta oportuno recordar uno de los fenómenos editoriales más importantes de los últimos tiempos: las cartoneras. Si bien el papel y el cartón, como materiales hermanos, han formado parte del desarrollo del libro desde años atrás, es probable que nunca hayan estado más ligados que en este movimiento de principios de siglo.

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Las cartoneras tienen su origen en Argentina, en el año 2003, durante la crisis económica más dura que ha atravesado el país en fechas recientes. Esta llevó a cientos de personas a perder sus empleos y tener que dedicarse a la recolección de basura (para su posterior venta en centros de reciclaje), principalmente, de cartón. Con el objetivo de ayudar a estos nuevos cartoneros, así como de reducir los costos de producción de libros, Javier Barilaro (artista plástico y editor), Washington Cucurto (escritor y editor) y Hernán Bravo Varela (escritor) decidieron fundar Eloísa Cartonera. El trabajo en esta editorial consistía en imprimir y fotocopiar textos literarios y utilizar cartón reciclado para hacer los forros del libro.
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De esta forma, las publicaciones de Eloísa no solo representaban un medio de producción barato, sino también una respuesta al sistema que había propiciado la crisis. Los textos eran donados por los autores, por lo que no había copyright; el cartón se compraba a los recolectores a un precio tres veces mayor del que pagaban los centros de reciclaje; las tapas tenían diseños hechos a mano por artistas plásticos e incluso por los mismo cartoneros y sus familias; los libros no tenían registro de ISBN y, finalmente, la venta y distribución corría a cargo de los mismos autores y artistas, de manera que no formaba parte de la cadena comercial.
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Si bien este modelo que surgió como una necesidad ante la crisis económica argentina, después se replicó en varios otros países de Latinoamérica. Hoy en día, se cuenta con el registro de algunas de ellas, entre las que se encuentran las siguientes: Cuxtitali, La Cartonera, La Ratona Cartonera, La Rueda, en México; Canita, Helecho de Cartonera, en Chile; Amapola, Delahogado Elsombrero Cartonera, Patasola Cartonera, en Colombia, y muchas más en Brasil, Costa Rica, Bolivia, Perú y toda América latina.
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El reciclaje de cartón, aquí, jugó un papel de vital importancia, pues sin este el movimiento no habría tenido una base. Por otro lado, el uso del cartón como forro de los libros no es una decisión azarosa: el cartón protege el interior del libro, además, es un material sumamente versátil para el diseño de portadas; en él, los artistas pueden imprimir, escribir y pintar, y la encuadernación puede realizarse de manera manual y sencilla.
Así que, este 23 de abril, qué mejor manera de celebrar el Día Internacional del Libro que haciendo tu propio libro de cartonera.
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